jueves, 23 de junio de 2016

‘Breve historia de siete asesinatos’ de Marlon James

Dejé de leer a James Ellroy hará cosa de, no sé, diez años. Fue poco antes de publicar Sangre Vagabunda, la novela que cerraba el ciclo de los bajos fondos de EEUU. Razón: ninguna. O sí, todas. Nunca era un buen momento: o no era lo que me pedía el cuerpo, o era demasiado largo,… qué sé yo; siempre, a lo largo de estos diez años, he encontrado alguna excusa para demorarlo, para no rescatarlo de ese menosprecio que ya daba por permanente, y eso pese a que, tantos años después, sigo recordando los nombres y los apellidos de los personajes principales, que tampoco es algo que me pase todos los días.

Pero todo eso, hasta ayer.

Marlon James —y tengo que decir que, aunque no el único, este es el mejor cumplido que se va a llevar— me ha devuelto no sé si la ilusión o las ganas o simplemente me ha recordado qué era aquello que tanto me gustaba de Ellroy y qué fácil es, si te lo propones, ventilarte 700 u 800 páginas de intrigas, asesinatos y otras cosas de matar. Porque Breve historia de siete asesinatos, de ley es reconocerlo, tiene mucho de James Ellroy con algunos años de menos y algunas rastas de más. 

«En el gueto no existe la paz. Sólo existe una realidad: que lo único que puede frenar tu poder para matarme a mí es mi poder para matarte a ti. En el gueto vive gente que lo único que puede ver es cómo son las cosas dentro. […] El mundo no es un gueto y el gueto no es el mundo. La gente del gueto sufre porque hay gente que vive para hacerla sufrir. Los buenos tiempos también son malos para alguien». 

Breve historia de siete asesinatos es esto:

En la novela Bob Marley es el Cantante, «un hombre capaz de hablar con Dios y con el diablo y conseguir que hagan las paces, siempre y cuando ninguno de ellos tenga mujer»; un hombre que, pese a no decir una palabra, consigue que toda la novela gire en torno a él. O, si no toda, la mitad. La premisa está basada en un hecho real: el intento de asesinato que sufrió días antes de un concierto por la santa paz de su país en su santa casa, y eso que «todos los caballeros grandilocuentes, todo el mundo de Copenhagen City, de Eight Lanes, de Jungle, de Rema, de los barrios altos y de los bajos, todos saben que al Cantante no hay que sacarle una pistola». Siete pistoleros siete, hasta las cejas de tranquimazin, entraron, se liaron a tiros y salieron dejando un rastro de sangre, que no de cadáveres. Quién dijo que matar era fácil. Sobre esta base, sobre ese momento concreto de la historia jamaicana, Marlon James teje una ficción, una red de intrigas varias, de asesinos a sueldo, drogadictos, agentes de la CIA, mafiosos, mafiosillos, mierdecillas, fumados, guerras locales, políticos corruptos y meados en la cara… bueno, qué coño, prácticamente todo lo que pueden ustedes encontrar en América o en Seis de los grandes, otras novelas del amigo Ellroy, pero situando la acción en una Jamaica convulsa no, lo siguiente, y no buscando matar a un Kennedy si no a un trovador que prometía cambiar el mundo o al menos la parte de mundo que creía poder cambiar, que no era poca.

La novela es coral por una razón que Marlon James explica, poniendo las palabras necesarias en boca de uno de los personajes, casi al final del libro:

«Bueno, llega un momento en que hay que desarrollar la historia. No puedes limitarte a centrarla en una sola cosa, hay que darle perspectiva. Las cosas no pasan en el vacío, hay efectos y consecuencias y siempre hay un mundo entero alrededor que sigue con su vida, da igual lo que estés haciendo. Si no, acabarás escribiendo un simple informe de un suceso y eso lo puedes encontrar en las noticias de la noche.»

Y es ahí donde encontramos justificación para la voz de una joven enamorada de un cantante; un periodista enamorado de Jamaica; un traficante enamorado sí mismo, una bestia parda de antología, un clásico intemporal y otros dos capos, a cual más bestia, más triste, más viejo y prácticamente arrepentido. Y un agente de la CIA pagado de sí mismo a la vez que un perfecto inútil… Incluso un muerto. Pero sobre todo, lo hemos dicho, JAMAICA. Jamaica como cuna de, como el comienzo y como fin de todo y de nada, como un país que se cuece y enriquece según avanza la novela:

«He estado preguntando por el tal Papa-Lo. Fraudes, extorsiones y cinco acusaciones por asesinato, de las que sólo una llegó a juicio y fue absuelto. Gobierna un barrio de chabolas llamado Copenhagen City. Así que ahí estaba el Cantante, acompañado de dos mafiosos de un partido político al que se supone que él no apoya y tan coleguitas como si hubieran ido juntos a la escuela. En los días siguientes, además, lo vieron por ahí con Matasheriffs, que es el padrino de Eight Lanes, un barrio controlado por el otro partido, el otro bando. Dos capos mafiosos en una misma semana, dos tipos que en buena medida controlan las dos mitades en lucha del centro de Kingston. Es posible que el Cantante sólo esté trabajando por la paz. Al fin y al cabo, no es más que un cantante. La cuestión es que estoy empezando a darme cuenta de que en Jamaica nadie es sólo lo que es. Algo se está cociendo y yo ya empiezo a olerlo. ¿He mencionado ya que dentro de dos semanas se celebran elecciones?».

Tras una primera parte (cuatrocientas páginas para narrar escasos dos días, ahí es nada), llega la decepcionante segunda parte, momento que la novela elige para bajar el ritmo; nada preocupante, no teman, de hecho hasta se le puede perdonar si uno tiene un buen día. A partir de ahí, vuelta al ruedo. Jamaica y sus demonios se expanden y llegan al mismísimo New York en otro de esos momentos vergonzantes de su historia, a menos para el lugar en que ocurre, allá en Bushwick, un lugar que más parece un campo de batalla que otra cosa.

«Los únicos dos edificios que quedan en la manzana a los que nadie ha prendido fuego o que no se han quemado por accidente. Ahora hay uno en casi cada manzana o calle de Bushwick, una casa o un apartamento o un edificio de ladrillo rojo que alguien ha quemado hasta los cimientos para cobrar el seguro porque en Bushwick es imposible vender una sola casa».

En definitiva: una correcta, puede que incluso más que buena novela. Interesante, intensa, a ratos frenética, a ratos (los menos) no; con una de esas galerías de personajes que gustan tanto a los amantes de género negro, antihéroes de moral retorcida o directamente amorales, grandes conspiraciones y batallas campales. Incluso un episodio carcelario que hará las delicias de casi todos. Y Jamaica. Y lo peor de Nueva York. 

Realmente sí parece un momento perfecto para rescatar al amigo Ellroy o, cuando menos, retomar el negro como color de fondo.


2 comentarios:

  1. En esta linea es cojonuda y absolutamente creíble "La Ciudad de Dios", de Paulo Lins. La recomiendo.

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  2. Ya lo tengo en mi poder, y deseando empezar con él! Si me resulta tan entretenido y adictivo como en su momento "El poder del perro" por ejemplo, me doy por enteramente satisfecho, y por lo que leo y escucho en un sitio y otro, apunta horas de diversión. Y oye, no sé si es que Javier Calvo elige muy bien, o es que traduce mejor, pero todas las novelas de las que se encarga me acaban gustando. A ver qué pasa!

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