miércoles, 23 de septiembre de 2015

‘Cuentos completos’ de E.L.Doctorow [Una reseña en dos tiempos]

Reseña en dos partes que, amén de poner en evidencia a quien esto escribe, muestra el sentido final de un blog y su verdadera utilidad. Está, por un lado, aquello que se escribe antes de empezar a hablar de un libro, antes de cogerlo para rescatar las notas; antes de releer fragmentos o directamente partes enteras. Y después está aquello que se despliega frente a uno según va escribiendo; al releer; al rescatar esas notas; al buscar explicaciones no pedidas; a la hora de observarlo todo, una vez más, desde el principio. Partiendo de cero. 


La reseña antes de la reseña

Hoy voy a ser un poco duro pero es que si no me paso de algo no me salen las cosas. Ténganlo en cuenta a la hora de tomar una decisión o antes de tomarme demasiado en serio.

Si no he dicho quinientas veces que no soporto reseñar relatos no lo he dicho ninguna. Cómo me gustará de poco que hace nada —unos días, cuando escribo esto— leí un librito de Harold Brodkey llamado Primer amor y otros pesares que me pareció sublime, casi, casi, perfecto o, si lo prefieren, inapreciablemente imperfecto, pero no tuve tiempo que dedicarle, en cierto modo, ni muchas ganas, en honor a la verdad, o siendo despiadadamente honesto, no tenía la menor idea de cómo podría convencerles de lo acertado de su lectura. Si se preguntasen en qué momento he pasado de vulgar (es un decir) reseñista a vendedor ambulante les diría que solo tendrían que leer ese libro para dar con la respuesta. Leer Primer amor y no dejarse el pellejo en recomendarlo (como se recomienda a Carver o a Salinger, para que se hagan una idea de por dónde van los tiros) es de un egoísmo hijoputil extremo, si me permiten la licencia.

Sé que no debería venir a cuento comentar esto de Brodkey en una reseña que debería pertenecer exclusivamente a Doctorow pero, amén de que Doctorow está (estaba, ya, si lo prefieren) más que acostumbrado a ser ninguneado o a ocupar un eterno discreto, elegante (y ya supongo que en modo alguno buscado) segundo plano, tiene esta lectura una importancia vital en mi valoración final del recopilatorio de Doctorow. Es lo de siempre: leer una pequeña maravilla (casi se me escapa Obra Maestra) reconfigura el punto de vista y ya tiene que hacerlo bien, Doctorow, para que la cosa sea remotamente parecida.

Lo que quiero decir con tanto circunloquio es que lamento profunda, profunda, profundamente, que los relatos de Doctorow, pese a mi entusiasmo cuasinfantil de hace unas semanas, no llegaran a gustarme todo lo esperaba o suponía, todo lo que daba por hecho antes de tiempo. Pero es que… coño, era Doctorow! Ragtime, Homer y Langley… Es decir, DOCTOROW.

Una última anotación, importante, en mi opinión: esta es la primera vez que se reúnen todos los relatos escritos por Doctorow a lo largo de su vida. Gallifante para Malpaso. No son muchos, los relatos. Las cosas como son: se nota que no era lo suyo. El caso es que el autor antes de morir se sentó a ordenarlos, a buscarles una disposición adecuada.

* * * * *

Dicho lo cual: ya estoy en disposición de confesar que no estoy ni remotamente dispuesto a escribir una reseña. Esta me la voy a saltar. Razones, pocas. Básicamente se resumen en una: tendría que volver a leerlo y no estoy dispuesto fundamentalmente porque el contenido es irregular. Aquí muchas veces somos de extremos (es verdad, lo confesamos), y no siempre del todo justos, pero, insisto: no siempre. Los relatos de Doctorow… muchos de los relatos de Doctorow, son francamente buenos… o francamente interesantes, o unos buenos y otros interesantes… y otros son francamente olvidables (cuando no ya directamente olvidados). Me temo. 



La reseña durante de la reseña

Willi. Aquí un ejemplo que contradice lo dicho en algún párrafo anterior, me pone en evidencia y rompe una lanza en mi cabeza. Leí Willi dos veces (¿o fueron tres?) La primera con prisas, sin prestar atención. Quería empezar el libro y quería hacerlo ya. Así me fue. La segunda me descubrió un magnífico relato lleno de matices que he embadurnado de subrayados. En él se dibuja el tormento de un joven de trece años incapaz de distinguir entre el odio y amor, con esa pasión que sólo se tiene a los trece años, vencido por el peso de un secreto que no puede soportar y una decisión que no se atreve a tomar: 

«Me habían puesto en una situación intolerable. Se me había concedido doble visión, de ésa que se produce después de un golpe brutal. Descubrí que no quería saber nada de mi madre dulce y considerada. Descubrí que no soportaba la delicada pedagogía de mi preceptor. ¿Cómo cabía esperar, en medio de ese aislamiento rural, que yo siguiera adelante? No tenía amigos, no se me permitía jugar con los hijos de los campesinos que trabajaban para nosotros. Sólo contaba con esa trinidad de madre, preceptor y padre, esta trinidad no precisamente santísima del engaño y la ignorancia que me había excomulgado de mi vida a los trece años». Relato sobre el paso a la madurez y la familia, un combinación explosiva.

El escritor de la familia es un relato en el que un hombre tiene la obligación de hacer feliz a una mujer a golpe de correspondencia o lo que es lo mismo: obrar el milagro de la mentira piadosa. Está en sus manos dar o quitar la vida, crear recuerdos donde no los hay, modelar un universo a placer. 

«Esa noche, en la mesa de la cocina, aparté mis deberes y redacté una carta. Intenté imaginar cómo habría respondido mi padre a su nueva vida. Él nunca había viajado al Oeste. Nunca había ido a ningún sitio. En su generación, el gran viaje era de la clase trabajadora a la clase profesional. Eso tampoco lo había conseguido. Pero adoraba Nueva York, la ciudad donde había nacido y vivido su vida, la ciudad donde siempre descubría cosas nuevas». 

Un delicioso relato que rinde homenaje al oficio del escritor, con todas sus bondades y todas sus maldades, y escupe sobre el infierno que es la familia. (Ya ven: familia, familia, familia) Tal vez por eso lo he disfrutado tanto. Aquí está el Doctorow que más me gusta: sutil, elegante a la par que discreto, divertido, inteligente… Cruel. Un relato que llega al lector tiempo después de haber sido leído y se queda ahí, en el recuerdo, haciendo cosquillas en el cerebelo.

En Jolene: una vida, Jolene, la protagonista, las pasa putísimas a lo largo de lo que parece toda una vida, total para descubrirse, a los veintipocos y habiendo acumulado una serie de catastróficas desdichas (acompañadas de breves instantes de felicidad) dignas del culebrón más cruel, en un estado que la sitúa permanentemente en la casilla de salida: 

«Y así es como cambia la vida, igual que azota el rayo: en un instante lo que era ya no es lo que es y te encuentras sentado en una roca al borde del desierto, con la esperanza de que pase un autobús y se compadezca de ti antes de que te encuentren allí muerta como un animal cualquiera atropellado en el asfalto».

A partir de Jolene, una vida, los relatos suben de categoría (sin pretender con esto desmerecer los mencionados anteriormente) y durante bastante tiempo Doctorow se transforma, una vez más y con matices, en un contador de historias excepcional. Lamentablemente el sincero interés con el que es leído, por ejemplo, Bebe Wilson (relato de una pareja, en la que no se sabe cuál está más loco, que huye por el país tras secuestrar un bebé, un bebé Wilson) se da de bruces con lo previsible de su desarrollo e incluso final. No es el único caso y de ahí la crítica. 

Una casa en la llanura hace más evidente, si cabe, la importancia que tiene la maternidad (familia, familia, familia) en los relatos de Doctorow (incluso a Jolene, tan joven, la obliga a pasar por el trance). En él un hijo es obligado a fingir que no es tal cosa, así como aceptar que otros sí lo son. A pesar de esto no pierde la mirada, no siempre infantil, de un hijo que venera a su madre: 

«Ella ve las cosas antes de que las vean los demás. Tiene planes que se extienden en todas las direcciones del universo, la suya no es una mente a piñón fijo, la de mi tía Dora. Me ilusioné con sus designios para mí, como si los hubiera concebido yo mismo. Quizá los había concebido yo mismo en secreto, pero ella había desentrañado ese secreto y ahora daba su beneplácito, porque, desde luego, a mí me gustaba Winifred Czerwinska, cuyos labios sabían a pastas horneadas y que gozaba muchísimo cuando me la follaba». 

Walter John Harmon o Niño, muerto, en la rosaleda son dos relatos que, pese a corrección e interés no dejan a Doctorow en la mejor de las situaciones. Sí, de acuerdo, gran contador de historias, hombre ameno donde los haya pero… Pero. Una vez más, demasiado previsible. En un caso una investigación con fuertes implicaciones políticas (setecientas películas hemos visto ya, exactamente iguales) y en el otro una exploración en primera persona del peligro de las sectas no son precisamente lo que uno esperaba encontrarse. Leídos y, aunque no olvidados, tampoco sobrevalorados.

* * * * * *

Y podríamos seguir, pero también podríamos no hacerlo y ahorrarnos, así, por un lado el esfuerzo de escribir y por otro el de obligarle a usted, amigo lector que no venía preparado para esto, a leer un post indecentemente extenso.

Podríamos hablar de otros relatos (Wakefield, por ejemplo, en el que un hombre demuestra una especial habilidad en abandonar a su mujer o la más bien novela corta que cierra el recopilatorio) pero no vamos a hacerlo. Y no lo haremos básicamente porque no serviría de nada. A Doctorow hay que leerlo porque hay que leer a Doctorow. Punto. Es lectura obligatoria para todo aquel que aprecie la buena literatura. De lo poco que he leído de Doctorow esto es lo que menos me ha gustado pero teniendo en cuenta que se trata de relatos (genero que, como norma, odio) creo que estoy en disposición de afirmar sin temor a exagerar que sale, en líneas generales, muy bien librado. Mejor que bien, diría. No son muchos los libros de relatos que he completado/terminado a lo largo de mi vida (generalmente son miserablemente abandonados en algún momento, recuperados, reducidos); este es , pese a la antes mencionada irregularidad, uno de ellos.

Aquellos que deseen acercarse al autor sin enfangarse en tramas demasiado elaboradas (vagos y maleantes, fundamentalmente), esta es su oportunidad. Oportunidad que yo no dejaría pasar. Oportunidad, de hecho, que no dejé pasar. 



6 comentarios:

  1. ¿El Wakefield que abandona a su mujer no aparece también en un relato de Nathaniel Hawthorne?

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  2. Yo me quedaría con La gran marcha como su mejor libro aunque es cuestión de gusto personal claramente...

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  3. Mejor novelista que cuentista, sin duda. Algún cuento me gustó pero no alcanza la maestría esperada. Ragtime, la mejor.

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